Brindis (de tres en tres)

Hace mucho que no escribo. Las desgracias, dice la sabiduría popular, nunca vienen solas y, como las muertes de los famosos (hay toda una teoría sobre esto), esta vez han venido de tres en tres. Porque una parece que no es suficiente para ponerte a prueba. Porque nunca sabes lo que eres capaz de aguantar hasta que te ves al límite. Es como estirar: paras, coges aire y al soltarlo llegas un poquito más lejos. Así una y otra vez.

Siempre digo que todo el mundo tiene, al menos, dos familias: la que te viene dada (la de sangre) y la que tú eliges. Los golpes han sido para las dos; en una de ellas por partida doble. No ha sido a la vez, sino de manera escalonada; como un montaje con fichas de dominó que caen con efecto retardado. Hubo un momento en el que creí que el nudo en el estómago y las ganas de llorar nunca se iban a ir. Pero se fueron. Y seguí llorando, pero de alegría. Las tres veces. Nunca me había sentido tan bien. Tan viva. Tan llena de ganas de hacer cosas, de sentirlas, de decirlas. Mis dos familias (la dada y la elegida) han salido reforzadas de todo esto. Y yo también. Somos afortunados. Seguimos aquí. Tenemos, al menos, un día más. Brindo por ello.

Sin llegar a ser desgracia, sí que hay por ahí (¡ay!) algún nubarrón sobre personas muy importantes para mí. No es su mejor momento, y se nota. Pero pasará. Esas cosas siempre pasan. Y, hasta entonces, allí estaremos para arrimar el hombro, distraer con sandeces o acompañar en silencio. Lo que sea necesario. Y cuando el nubarrón pase estaremos para celebrarlo. Porque siempre estamos. Brindo por ello.

En otro orden de cosas, hace poco más de un año recibí mi primera clase de kenpo. Y no, no es «lo de las espadas». Es un arte marcial, sí, pero basado en la defensa personal. El sábado me examiné por tercera vez y aprobé. Ya soy cinturón púrpura y me voy acercando a la «mitad de la tabla». De cómo estaba hace un año a cómo estoy ahora no hay color: ni en lo físico/psicológico ni en lo aprendido. Para mí es un tema de superación personal. Me queda mucho aún, pero en esta competición voy ganando. Sin embargo, si algo tengo que destacar de estos doce meses de tatami es a la gente que ha entrado en mi vida. Mi familia elegida ha crecido mucho y bien. He hecho amigos, de los de verdad, y eso siempre es buena cosa. Brindo por ello.

Ya lo dice Lucía Be: «Hay días perros, pero siempre quedan motivos para bailar». Y, añado, para brindar. Aunque sea por algo tan sencillo como que estoy aquí, respirando y pudiendo escribir esto. A mí me parece un motivo perfecto.

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