Por muchos motivos

Anoche leí y lo disfruté. Dicho así no es nada del oro mundo, pero para una persona que lleva años sin poder concentrarse en la lectura (cuando antes devoraba libros de una sentada) sabe a triunfo. Un poco peor me sabe la contractura con la que me he levantado (probablemente la postura de anoche no ayudó). No hay nada gratis, está claro. La cuestión es que he tenido que salir de casa a comprar un parche de calor porque lo de no poder mover el cuello no es algo que me agrade. Seré rara. Y aprovechando que lucía el sol (porque cuando he salido esta mañana casi tengo que llamar a Noé para que me recogiera), he decidido volver a casa por un camino un poco más largo.

Estaba sola cuando he paseado por la orilla del río primero y por la del cuérnago después, y eso me ha dejado disfrutar del concierto que daban el viento entre las ramas de los chopos y el agua en cada desnivel. No veía a los pájaros, pero los he escuchado durante todo el paseo. La luz del sol me acariciaba al colarse entre los árboles. He respirado hondo y el aire olía a verde y a tranquilidad. Ninguna de las fotos que he hecho ha hecho justicia a lo que me rodeaba. Y he pensado que no era necesario. Porque lo que he sentido durante ese rato me lo llevo puesto y eso es lo importante. Me he sentido tremendamente afortunada. Durante unos segundos todo estaba bien.

En estas andaba cuando me ha dado por mirar al suelo y he visto un trébol de cuatro hojas entre sus hermanos de tres. Observándome desafiante (si es que un trébol puede mirar así, pero es lo que me ha parecido; es mi historia y la cuento como quiero). No me ha quedado otra que traérmelo a casa.

Está claro que, por muchos motivos, hoy es mi día de suerte.

Pues eso.

Últimamente (siendo últimamente ese lapso de tiempo entre hace unos segundos y la extinción de los dinosaurios) paso más tiempo perdida que encontrada. Que la cosa va mejorando (y menos mal) pero me vacila, me despista, me envía señales confusas. O más bien me vacilo, me despisto y me envío señales confusas, que en este juego de dos en realidad estoy jugando yo sola (no creo que mi cerebro pueda considerarse una entidad independiente en esto. ¿O sí?). De hecho, ahora mismo no sé si me entiendo, pero tampoco me preocupa. Lo importante es que estoy escribiendo. No recuerdo cuándo fue la última vez, pero sí sé positivamente que escribir me hace bien. Así que aquí estoy. Pasito a pasito. Baby steps que dicen los angloparlantes. Para ser gente por civilizar a veces tienen expresiones preciosas por lo gráficas. Baby steps. Como los míos. Inseguros y tambaleantes, pero pasitos. Porque dar pasitos significa querer andar y andar es el principio de todo. O al menos de esto. Menudo lío para decir algo que lo mismo no significa nada. Pero es un pasito.

Jueves Santo es sagrao

En otras circunstancias, en otra realidad (sin pandemia, sin nudo constante en el estómago) yo habría salido anoche. «De tranqui». De esos tranquis que sabes que se te van a ir de las manos por el simple hecho de que no deberían hacerlo si al día siguiente hay evento importante. Habría llegado a casa a las mil gracias a que alguien puso cordura porque si no, hubieran sido las dos mil.

En otras circunstancias, en otra realidad (sin encierro, sin angustia) hoy, en lugar de estar en un juzgado con guantes y mascarilla desde primera hora, me habría levantado a mediodía, me habría dado una ducha de agua hirviendo bien larga, llevaría un «Neverending blanco» puesto en negro sobre verde y, a estas horas, me estaría terminando una ensaladera de pasta para «hacer cama» en el estómago para lo que estaría por venir.

En otras circunstancias, en otra realidad (sin sensación de peligro constante, sin ver siempre el cielo enmarcado por una ventana), hoy habría pasado el día en un bucle infinito de exaltación de la amistad. En la calle. Bebiendo, bailando, riendo, haciendo el pino (bueno, yo no pero el resto sí), hablando de todo y de nada, celebrando que estamos vivas. Porque «El Jueves Santo es sagrao»™ y lo llevamos tatuado en el alma.

Hoy hay otras circunstancias, hay otra realidad. Ha habido risas, pinos y vermut. A distancia, pero sintiéndonos cerca, como siempre. Y cambiarán muchas cosas. Quizás tengamos que dejar de abrazarnos por un tiempo. Pero seguiremos riendo y hablando. Y dentro de un año (ay, qué lejos queda), a saber cómo, nos volveremos a ver. Y habrá otras circunstancias, a saber cuál es la realidad. Pero lo que tengo claro es que ese día lo pasaremos juntas.

Una cosa menos

La vida va de tomar decisiones. Algunas tremendamente sencillas. Otras, de calado e importancia sideral. Las hay que ni nos lo parecen de automáticas que son mientras que en otros momentos se atascan, se enquistan y ponen nuestra cabeza (o nuestro corazón) patas arriba. Luego están las que tomas pero revisas y repiensas una y otra vez para asegurarte de que estás haciendo «lo correcto». Y en esas estaba yo, repensando una decisión que tomé hace más de cuatro meses y que en su momento estaba convencida de que estaba grabada en piedra. Cuándo aprenderé.

Total, que con mi lista mental de pros y contras pasaba los días. Aumentando y reduciendo ambas columnas cada hora. Inestable, indecisa, perdida. Dispuesta a mantener lo decidido sin estar segura de que fuera lo mejor. Necesitaba una señal (qué épico suena eso), algo que me hiciese ver si el camino era el correcto. Y la vida se encargó de poner las pistas frente a mí; yo sólo he tenido que saber leerlas (que no es poco).

La primera fue hace un par de semanas. Sin pensarlo, sin quererlo, me descubrí disfrutando de aquello a lo que daba la espalda. Me pilló completamente por sorpresa y, en lugar de rechazarlo, abracé la sensación y me divertí. En gran parte es lo que echaba de menos. Pero como soy cabezota y cautelosa, entendí que no era suficiente y almacené ese sentimiento esperando su confirmación. Pasaron los días, mi cabeza se dispersó en mil quehaceres y lo dejé de lado. Hasta ayer, en que la pista que esperaba llegó en forma de pregón y camiseta de rayas. Fue como un bofetón de realidad con la mano abierta. Los motivos que me hicieron tomar la decisión siguen ahí y tengo que trabajar en ellos, pero hay TANTO más allá que los sobrepasa que no puedo dar la espalda al hecho de que mi decisión, mi elección no es la que debía tomar. Al menos no ahora. Me conozco y sé que en algún momento volveré a este punto, a pensar y a valorar si hice bien o si es lo que necesito. Es inevitable. Pero, hasta que llegue ese momento, puedo tachar este asunto de mi lista de tareas pendientes. Y qué bien sienta.

Despacito

Hace mucho que no escribo. Más de lo que me gustaría. Menos de lo necesario para volver a quitarme las ganas. Eso es bueno, supongo. Sin haber recuperado el hábito no quiero perderlo. A cosas más raras me he aferrado. Y es que escribir (igual que hablar) me calma. Poder volcarlo todo, revisitarlo, verlo con distancia… E intentar entenderlo. Y no iba mal, en serio. Era bonito descubrirme de nuevo pensando en convertir lo vivido en texto. Pero la vida, en forma de nieve helada y deporte de riesgo (al menos si lo practico yo), se cruzó en mi camino, dando como resultado un susto morrocotudo y un radio roto. He vuelto al mundo de las caídas por la puerta grande. Mes y pico de escayola, tres semanas de férula y rehabilitación. Precioso combo. Y todavía me tengo que dar con un canto en los dientes porque podría haber sido peor. Creo que no le he cogido miedo y, en cuanto pueda, volveré a intentarlo. Suicida que es una.

Total, que meses sin escribir. Literal. Porque ni para trabajar he podido hacerlo. Me tuve que hacer con un micrófono para controlar el PC con la voz y que me tomase el dictado. Que, ahora que lo pienso, habría sido una solución para el tema de publicar si no fuera porque no me concentro igual dictando que tecleando. Y que, para qué negarlo, soy experta en darme cuenta tarde de las cosas. Hay que quererme así. Suicida y lenta.

Tengo por ahí el borrador de un post que, con la excusa de que las Navidades estaban siendo «destempladas» se iba a centrar en la impresión que me produjo «Bohemian Rhapsody». Fue un guantazo de realidad que a día de hoy sigo asimilando. Y eso a pesar de saber que la historia la han suavizado mucho, pero lo fundamental está. Mi concepto de amistad. De familia elegida. Y esa banda sonora que me lleva donde quiere. Hay mucho más que podría decir y más aún que se queda para mí y voy a callarme. Al menos de momento. Hasta que cambie el viento o Mercurio deje de estar retrógrado. Lo dejaré salir pero, como estoy aprendiendo, todo a su debido tiempo.